Un medio para ayudar
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Eduardo Anaya Sanromán, SJ, egresado del ITESO, fue ordenado sacerdote el 31 de julio
Por Adriana López-Acosta Sandoval
El llamado es una línea recta para unos. Para otros, son piedras blancas en la oscuridad que señalan un camino lleno de incertidumbres y tropiezos, señales claras y momentos definitorios.
Eduardo Anaya Sanromán, SJ, recientemente ordenado como sacerdote el 31 de julio, tuvo que tomar el camino sinuoso. Nació en Guadalajara el 27 de abril de 1978, pero vivió la mayor parte de su vida en Lagos de Moreno, de los 8 a los 18 años. A esa edad conoció a Juan Pedro Oriol, promotor vocacional de la Legión de Cristo (y ahora sacerdote diocesano), que visitó su preparatoria para compartir la vida religiosa a su escuela.
"Su personalidad, su presencia su carisma su alegría, su trato con las personas… estas fueron varias cosas que me llamaron la atención y me dije, ‘yo quiero ser igual de feliz que él'".
Su madre le propuso que primero estudiara una carrera para que, en caso de que la vida sacerdotal no fuera lo suyo, por lo menos tuviera una carrera y una opción para vivir. Eduardo aceptó y estudió Administración y Mercadotecnia en la Universidad Panamericana Bonaterra, en Aguascalientes.
Aun en la carrera, con amistades, sueños de futuro y hasta relaciones de pareja, la inquietud estuvo rondando por su cabeza. A veces más latente --durante la mitad de sus estudios-- y a veces más silenciosa --como cuando, al terminar su carrera, se enamoró de una chica con la que creyó que formaría una familia.
Por las misiones a las que asistía en Juventud Misionera de la Legión de Cristo, Eduardo tuvo la oportunidad de entender que su forma de vida acomodada no era la única. "Pude salir de mi burbuja y ver el México profundo, el México de carencias y precariedad que a mí no me había tocado ver: el dolor de las personas empobrecidas y sus injusticias, que nunca alcanzan lo que el mundo te propone como el éxito económico, los que están esclavizados y no escapan sus circunstancias".
Todavía después de terminar su carrera, tras la ruptura con su novia y su desplazamiento a otras ciudades a trabajar, la idea del sacerdocio rondaba por su cabeza, contrastada con su opción de solamente ser un laico comprometido.
Fue en un viaje familiar a Uruguay que el llamado se instaló en su corazón, más allá de su mente. Sintió un profundo agradecimiento por la vida que había llevado, la salud, las amistades, los estudios y las experiencias que lo habían llevado ahí. Pero seguía preguntándose por su siguiente paso. Una prima suya le expresó algo que fue definitorio para su vida:
"Yo te veo parado a la mitad de una avenida. Ni te atraviesas a la acera de enfrente, ni te regresas a la acera donde estabas", le dijo. "Te tienes que atrever: o regresas a la idea de matrimonio, o aviéntate a la del sacerdocio. Pero muévete porque te van a atropellar".
La decisión de la vida religiosa estaba resuelta: ahora venía de la pregunta de dónde y con qué carisma se sentía identificado. Estaba la Legión de Cristo, con la que había estado involucrado desde joven en sus grupos juveniles y misiones; estaba la Sociedad de San Pablo, orientada a la comunicación, una de sus pasiones; y estaba la Compañía de Jesús, que Eduardo conocía más por las discusiones que se aventaba con su tío Emilio --que estuvo en la Compañía hasta antes de comenzar estudios de Teología-- en las comidas familiares cuando comparaban la espiritualidad entre una y otra órden.
También influyó Roberto Padilla, SJ, un amigo que fue parte del movimiento Regnum Christi en sus años de Aguascalientes y que, al elegir la Compañía de Jesús, le compartía cada año el anuario jesuita y sus experiencias de servicio. Y el tiro de gracia fueron sus primeros Ejercicios Espirituales.
"Me di cuenta que la Compañía de Jesús había un horizonte amplio y global, tanto en culturas como misiones, como diversidad apostólica, con una sensibilidad muy fuerte en temas de derechos humanos".
El camino comenzó a tener más claridad, pero nuevos retos: la duda de ser sacerdote o hermano jesuita. El prenoviciado en la parroquia jesuita de San José y Nuestra Señora de los Remedios, en Plátano y Cacao, Tabasco, le mostró a experiencia de las comunidades eclesiales de base, originadas en toda Latinoamérica en los años 60. La forma más horizontal y comunitaria de llevar la vida eclesiástica le hizo sentido y le confirmó su vocación: sería sacerdote jesuita.
"Son una concreción de una iglesia que no solo ve la parte sacramental, sino que también atiende realidades temporales: el desempleo, la contaminación al medio ambiente, la esclavitud, la opresión… toda la cuestión de lo civil y sociopolítico de una comunidad. Ser más horizontal en el trato. Eso me enamoró: ver a sacerdotes que no se asumen como patrones de hacienda, sino que dicen, ‘en comunidad resolvemos, en comunidad discernimos'".
Si su experiencia en Tabasco le reiteró la vida religiosa, su trabajo en Nayarit, cortando caña junto a Indígenas Tlapanecos del estado de Guerrero, le dio la dirección.
"Desde su necesidad y su pobreza, se apoyaban unos a otros. Y nos acogían a nosotros. Y lo que más me afectó fue el tener una experiencia de amor de su parte hacia mí".
Cuenta que las primeras tres semanas de lo que serían dos meses de servicio, apenas cortaba los suficientes kilos de caña para ganar 25 pesos al día. No le alcanzaba ni para una comida al día. Él y su compañero la libraron, cuenta, gracias a que la señora que cocinaba en la galera les fio de palabra.
También fue una experiencia de dolor. El ver familias enteras hacinadas en cuartos diminutos, saber de las experiencias de abuso sexual de menores que viajaban con las cuadrillas, o aquellos que dejaron a sus familias atrás y se bebían todo el sueldo cada fin de semana. El haber escuchado cómo, a unos metros de su habitación, unos hombres --quizá narcos, quizá paramilitares-- llegaron con camionetas y rifles a torturar a un joven frente a su hija de 3 años y su esposa. Cómo, meses después, ese joven que se encargaba de vender marihuana en la cuadrilla para ganar unos pesos extra acabó muerto.
Una madrugada, cansado, aterrado y descorazonado, salió a llorar y a dolerse de la desesperanza que lo rodeaba. "Y después, sentí en la oscuridad un bienestar y una fuerza de Dios que me dijo, ‘sí, te quiero con ellos, te quiero aquí. Tu misión es por aquí' Fue una sensación de saber que estos eran mis hermanos. Y por ellos, por los que ahora estoy llorando, Dios quiere que esté aquí".
De 2014 a 2016 hizo su etapa de magisterio en la Parroquia de San Ignacio de Chalco, Estado de México, acompañando la pastoral juvenil, la pastoral social, el equipo del boletín parroquial y el Jardín de Niños Providencia. "Mi tiempo en Chalco me clarificó que el sacerdocio era lo mío, que era mi invitación de Dios a acompañar a su pueblo, que el servicio de sacerdote es un medio para ayudar y servir".
Es providencial que, tras su ordenación sacerdotal, la nueva misión de Eduardo, también egresado de Filosofía del ITESO, estará en la parroquia de San Judas Tadeo, en Torreón. Se siente agradecido con Dios, con su familia, los amigos que lo han acompañado en este viaje, y los jesuitas que en 12 años lo han formado, tanto sus pares como los directores de proyectos apostólicos y acompañantes espirituales.
Y tiene expectativas que siente que serán parte de su caminar en la Compañía de Jesús, así como retos.
El acompañamiento espiritual regular en los miembros de la Iglesia Católica es uno de los puntos que quiere abordar, tanto de religiosos como de laicos. En ese sentido, quiere afianzar más su relación con Dios.
"No quiero quedarme en, ‘soy sacerdote, ya soy bueno, ya sé todo lo implicado en mi religión, o ya sé lo que Dios quiere'. Me parece una terrible soberbia, y a nivel personal, mi desafío es seguir cuidando mi relación con Dios, seguir pidiendo su gracia y que yo sea un instrumento --no un estorbo-- para el Reino. Que no me convierta, como dice el Papa Francisco, en un ‘funcionario religioso".
También está el desafío de vivir en comunidad jesuita, en el que hay diferencias de opinión, de inclinación política, de experiencias de vida, de enfoques académicos o hasta litúrgicos. "Los jesuitas somos un zoológico, somos diferentes. Y a veces te toca compartir la vida, la mesa y el proyecto con personas afines, y a veces no. Es parte de la grandeza de esta vocación, que es regalo de Dios: vine a ser servidor de la misión de Cristo; no es para que yo esté acogido y contento todo el tiempo, ni es un departamento de solteros. No quiero aislarme solo por no tener una afinidad".
El tema de género en la Iglesia Católica es algo que le interpela. Reconoce el involucramiento de las mujeres, laicas o religiosas, en instituciones de caridad, en educación catequista y en servicio social. Pero las decisiones nunca las toman ellas, dice.
"La decisión la tomamos nosotros: hombres célibes, cardenales, obispos. Tenemos un gran desafío, y quiero aportar al diálogo y a que en las decisiones institucionales tengan más influencia las mujeres. Que se vayan empoderando y tomando lugares de decisión. Hace tiempo llegó la hora. Tenemos que aprender a soltar nuestros privilegios y compartir el poder en la toma de decisiones".
También está, como estuvo desde su primer despertar al llamado religioso, el combatir la esclavitud moderna de las nuevas formas de colonización de América Latina. La precariedad salarial y los círculos de pobreza, la trata de personas y su relativa invisibilidad en México.
Su experiencia en Santiago, de 2017 a la fecha, donde estudió Teología en la Pontificia Universidad Católica de Chile, también le hizo reflexionar sobre las cuentas que la Iglesia Católica debe rendir en las crisis de abuso sexual por parte de clérigos a menores. A partir de 2018, se destaparon hasta 248 abusos sexuales a menores por parte de religiosos en todo el país.
"Es un reto que debemos enfrentar en México. Siento que reporteros, periodistas, personas especializadas en psicología y trabajo social, tienen mucho que ayudar a la Iglesia a hacer conciencia de estas fallas, y que, cuando haya víctimas, sean adecuadamente acompañadas.
"Necesito estar atento a las dinámicas de poder de las que inconscientemente puedo ser parte. Tenemos que pensar en común, orar y discernir en común".