Rodrigo Espinoza, SJ
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Rodrigo Espinoza, SJ
Mística en el corazón de la sierra
Rodrigo Espinoza, SJ, quien se ordena sacerdote este domingo 2 de junio, vive su vocación jesuita en la sierra Tarahumara donde se adentró en la vida comunitaria de los rarámuris.
POR JUDITH MORÁN
La vocación como jesuita de Rodrigo Espinoza (Torreón, 22 septiembre 1983*) está profundamente enraizada en el corazón de la sierra Tarahumara que conoció cuando fue de misiones y hoy es su primer destino ya como integrante de la Compañía de Jesús.
Rodrigo Espinoza, SJ, será ordenado sacerdote este domingo 2 de junio, junto con Joel Arellano, SJ, ambos egresados de la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales del ITESO.
"El contacto con el pueblo indígena fue clave para que me empezara a inquietar la vida religiosa, ver la realidad de los rarámuris me llevó a tomar la decisión de entrar a la vida religiosa, a la vida como jesuita", señala Rodrigo al hablar de los dos elementos que lo llevaron a la Compañía de Jesús. El otro, fue estudiar desde la primaria hasta la preparatoria en la Escuela Carlos Pereyra, un colegio jesuita.
Lo que vio fue un estilo de vida de personas que buscan servir, en especial en realidades sociales de pobreza.
"Encontré en la espiritualidad jesuita un camino en donde yo podía transitar, ahí puedo tener un tipo de vida donde puedo servir. Esa fue una motivación fuerte que sentí para entrar a la Compañía".
Esto sucedió hasta que terminó de cursar la Ingeniería en Mecatrónica en el Instituto Tecnológico de la Laguna, en este tiempo se unió a un grupo de misiones que iban a la sierra Tarahumara. El contraste entre su vida y la de los rarámuris para Rodrigo fue una invitación a acompañarlos.
"Así me acerqué a la cultura rarámuri y a la sierra de Chihuahua, eso alimentó un poco mi llamado a la vida religiosa y, junto con lo que había vivido de la espiritualidad jesuita, al final de mi carrera decidí probarme", en ese momento no había una certeza firme de ser jesuita, admite.
- ¿Has tenido dudas?
Muchas, para mí la vocación no es una cosa dada o algo que se decide de una vez para siempre. Conforme uno va creciendo cambian las aspiraciones en la vida y la vocación va madurando de la misma forma.
Las dudas son importantes en la vocación, te dinamizan e impulsan a tratar de resolver esas preguntas. Son parte de mi proceso de formación como jesuita y al final uno discierne y confirma que, a pesar de esas dudas, el camino sí es por aquí.
Cuando he tenido crisis vocacionales fuertes ha sido importante tener claro los motivos que me trajeron aquí, vuelvo a mis momentos claves con el pueblo indígena y con la espiritualidad ignaciana que me condujeron aquí, en eso encuentro mucha vida y confirmación en seguir haciendo lo que hago, mi modo de vida y el trabajo apostólico que realizo.
Hombres de fronteras
Una de las etapas de formación de los jesuitas consiste en vivir en la periferia de la sociedad. El destino de Rodrigo fue Tijuana en 2008, cuando una recesión económica en Estados Unidos golpeó a las maquiladoras en México y, junto con cientos de personas, no pudo encontrar empleo en esta industria.
"Fue una vivencia fuerte, dura y, a la vez, formativa. Son momentos de cierta angustia porque no hay estabilidad económica, en el noviciado llegas y te dan todo: techo, cobija, alimento; pero en esta experiencia hay que entrarle a la realidad que vive mucha gente".
"Me tocó hacer filas en las maquilas de unas cien personas, todos los días llegábamos a buscar trabajo y a veces sólo tomaban a uno o a dos. Viví angustia y tristeza al ver la situación de tanta gente desempleada que busca y no encentra" cuenta.
Al final, Rodrigo tuvo que buscar trabajo en otro lugar y, para poder subsistir, terminó trabajando haciendo hamburguesas en una cadena trasnacional de comida.
El otro rostro de su vocación lo vivió en Boston College donde se graduó como Master of Divinity. Ahí pudo tener la visión de una Compañía universal, conoció los problemas y situaciones que enfrentan jesuitas de todos los continentes, sus contextos religiosos.
- De todas tus experiencias en este camino como jesuita, ¿cuál es la que te marcó, esa que regresa de manera constante a ti?
En definitiva, el pueblo rarámuri. Estuve con ellos antes de ser jesuita. Luego entré a la compañía y fui pre novicio en la sierra de Chihuahua en Samachique, ahí hay una comunidad jesuita, después de estudiar Filosofía volví por dos años y ahora es mi primer destino.
Hay un poblado especial que se llama La Gavilana y para mí ha sido una experiencia increíble acompañar a esa comunidad. En el magisterio me involucré mucho con ellos, prácticamente me iba a vivir allá, es la comunidad más alejada de la parroquia, y en parte es pobre porque no hay caminos para autos o camionetas, hay que caminar para llegar. Esta ha sido una experiencia clave en la historia de mi vocación.
Samachique, detalla Rodrigo, está en el corazón de la sierra entre las barrancas de Urique y de Batopilas. Hasta aquí llega el pavimento e inician los caminos de terracería; él maneja durante hora y media hasta un rancho llamado Huicochi y de ahí camina hasta La Gavilana, el menor tiempo que ha hecho son tres horas y cuando va a acompañado por algún grupo el trayecto puede durar hasta 7 horas.
"Ahí hay una mística en las montañas, yo disfruto las caminatas, los paisajes de grandes barrancos y las veredas".
- ¿Qué te han enseñado los rarámuris?
Un modo de vida comunitario, en nuestro modo de vida las personas tendemos –me incluyo– a ser individualistas, cada quien en los suyo; allá es otro mundo.
Un poco cuando en la Biblia se habla del reino de Dios la primera imagen que se me viene a la cabeza es la de La Gavilana, sin idealizarla porque tienen sus problemas, pero en general es un modo de vida muy sencillo, autosustentable y comunitario donde la gente vive muy feliz, a pesar de lo poco que tienen, de las carencias que desde nuestra mirada occidental podemos afirmamos que ellos tienen.
- Sin embargo, también habrá dificultades
Sí, es la situación del narcotráfico y la violencia. En Samachique hay un grupo de sicarios, así les llama la gente, que siembran marihuana y amapola. En esos pueblos no hay más autoridad que ellos y es triste encontrarse con esa realidad de enfrentamientos entre grupos por el control de plazas y territorio
Es triste ver cómo la sociedad civil, en este caso el pueblo rarámuri, gente que no tiene nada que ver con esos pleitos de poder, cómo termina siendo afectada por situaciones de violencia.
- Ante esta situación, ¿dónde sitúas tu esperanza?
En la gente, para mí es muy claro. Estar involucrado en el pueblo rarámuri que han vivido resistiéndose.
Ver cómo a pesar de los conflictos siguen sus tradiciones, sus fiestas, en las que son muy comunitarios, comparten todo, aunque sea poco, la comida, la bebida, todos esos mecanismos que hacen comunidad, que generan vida siguen pasando, eso me da mucha esperanza.
*Cuando se publicó esta entrevista, el viernes 31 de mayo, decía que Rodrigo Espinoza, SJ, nació en 1973 lo que es erróneo, la fecha correcta es 22 de septiembre de 1983.
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