Vivir la espiritualidad en tiempos del coronavirus
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Vivir la espiritualidad en tiempos del coronavirus
Oscar Wilde dijo: "lo que parece una prueba amarga es a menudo una bendición". De la pandemia del coronavirus sabemos puras tragedias, ¿podemos hablar de bendiciones? Gerardo Valenzuela, SJ, comparte cómo sacar provecho desde la espiritualidad ignaciana al resguardo.
Francisco Cibrián
Confinado en una casa de las comunidades jesuitas en Guadalajara, Gerardo Valenzuela, SJ, director del Centro Universitario Ignaciano (CUI) del ITESO, se coordina junto con sus hermanos jesuitas para realizar diversas tareas: asear las habitaciones y áreas comunes, cocinar, comprar lo necesario, dar la eucaristía, entre otras. Los colaboradores de apoyo, encargados de varias de estas labores, se encuentran en sus respectivos hogares como parte de las medidas por la pandemia del Covid-19.
El coronavirus nos plantea grandes retos que podemos enfrentar desde una perspectiva negativa o positiva. La pandemia "es algo que no podemos cambiar, que no está en nuestras manos, pero lo que sí podemos hacer es cambiar nuestro corazón y la forma de vivirla internamente para convertirla en una bendición", comenta el director del CUI, y recuerda una frase de Oscar Wilde: "lo que nos parecen pruebas amargas, son a menudo bendiciones disfrazadas".
¿Qué nos dice la pandemia a los seres humanos desde el punto de vista espiritual?
Pone al descubierto el hecho de la fragilidad humana, la limitación, la vulnerabilidad del ser humano. Somos seres necesitados de otros y del Otro (con mayúscula). Ante una situación de enfermedad, de dolor o de muerte nos da la oportunidad de reflexionar y de entrar en nuestro interior para ver cómo estoy viviendo.
Una de las barreras es el miedo que nos lleva a actuar de maneras poco comunitarias e irracionales sin pensar en el otro e incluso sin pensar en nosotros mismos de fondo. Se reacciona solamente de forma externa y nos aleja de lo más profundo de nuestro ser.
¿Qué claves nos brinda la espiritualidad ignaciana para abordar este periodo de contingencia?
Una clave de la espiritualidad ignaciana es el "Principio y fundamento". Soy criatura, fui creado, no soy omnipotente y a partir de este reconocimiento puedo estar atenta o atento a mis movimientos interiores para poder orientarlos.
Ignacio nos indica que la persona "tanto ha de usar de las cosas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden". Significa preguntarnos qué es lo que necesito y de qué me puedo privar en este momento, porque otros también lo necesitan y no lo podemos acaparar. Como fue el caso del acaparamiento del papel higiénico, entre otros insumos, que fue impulsado por la psicosis colectiva.
Hoy se hace más evidente la necesidad de trabajar la interioridad para tener conciencia de nuestra dimensión espiritual. Esto ayudará a ver las situaciones desde otro ángulo: reconocer mis limitaciones, mi realidad, pero con un enfoque en la esperanza, la alegría y la solidaridad. Proverbios 17:22 nos dice que un "gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos."
Se aproxima la Semana Santa y la experimentaremos de forma diferente, ¿podemos verla como tiempo de oportunidad?
Será diferente porque no vamos a tener todas las expresiones externas que estamos acostumbrados, pero la Semana Santa nos lleva, por un lado, a tener presente a Dios en nuestra vida, a hacernos totalmente conscientes de su presencia y de que constituye nuestro origen y nuestro fin y, por otro, a tener presente el dolor y sufrimiento de la humanidad.
El triduo pascual, donde acompañamos a Jesús desde su aprehensión hasta que expira en la cruz y es puesto en el sepulcro, nos invita a pensar en tantos hermanos y hermanas que viven eso día a día, y en los afectados por la crisis actual. Reflexionar por qué parece contradictorio que un virus, que causa menos muertos que la situación de violencia en México y en el mundo, nos cause tanto impacto.
El miedo a la muerte es una de las causas, pues vemos la amenaza más cercana a nosotros y a nuestros seres queridos, y los asesinatos o feminicidios los percibimos lejanos. Entonces, ¿cómo podemos ser conscientes de ese dolor y sufrimiento que viven otros constantemente?
Muchas personas, aunque quisieran, no pueden guardar la cuarentena o viven en una situación vulnerable que les impide ver alternativas. ¿Qué recomendaciones prácticas desde la espiritualidad podemos seguir en estos casos? ¿Cómo podemos salir de la dimensión del miedo?
El coronavirus nos ha hecho pensar en el cuidado de uno mismo, pero también de los demás. Si estoy sano, evito que los demás se enfermen y viceversa; por lo tanto, tengo que cuidarme y cuidar a los demás.
Tenemos que empezar por el cuerpo, para eso están las medidas de higiene y protección señaladas por las autoridades. En ese mismo sentido tenemos que ver cuáles son las impurezas dentro de mí que necesito limpiar, mis egoísmos, mis resentimientos.
Si uno trabaja estos aspectos, tenemos la capacidad de ayudar y acompañar a otros que tengan dificultades.
Recomiendo que se dedique un momento y espacio todos los días para realizar el examen ignaciano, a la manera que indica Jesús: "cuando ores, entra en tu cuarto, y cuando hayas cerrado la puerta, ora a tu Padre que está en secreto" (Mt 6:6), y preguntarnos en este tiempo de pandemia: ¿cuáles han sido los momentos que me he sentido frágil?, ¿cuáles son los sentimientos que han predominado en mi interior?, ¿cómo he vivido esos sentimientos?, ¿cuándo me he sentido débil o vulnerable?, ¿ante qué presencias me he sentido así? Y hacia dónde me llevan estos sentimientos: ¿qué pensamientos y deseos me van generando? Después, reflexionar sobre cómo quiero seguir actuando. Cómo ordeno mis afectos desordenados provocados por esta situación que vivimos.
Para finalizar, hago la pregunta que plantea el Padre General Arturo Sosa, SJ, en su mensaje sobre la situación actual: ¿qué parte del camino hacia Dios nos muestra la pandemia del Covid-19?
La imagen que me surge es el samaritano que va por el camino y que atiende al que se encuentra lastimado por otros. No podemos enojarnos o recriminar si nos encontramos con personas afectadas por la enfermedad en nuestro camino, tenemos que hacernos responsables del afectado, de los otros y de nuestro mundo.
La pandemia nos muestra la necesidad de cultivar el amor a Dios que significa partir del amor hacia uno mismo, que brota de lo más profundo hacia Él; admirar mi grandeza desde lo pequeño que soy, admirarme del otro y agradecer su presencia para poder admirarme ante la presencia de Dios, porque los atardeceres siguen siendo hermosos, aún en este tiempo de pandemia.
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