La violencia es mucho más que un problema de conducta
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"La violencia es mucho más que un problema de conducta"
En la mesa de discusión "Infancias, juventudes y violencias" académicas del ITESO compartieron los hallazgos de sus investigaciones con diversas poblaciones de infancias y juventudes marginadas.
Judith Morán
A Marcela la llevaron a una sesión de terapia porque en la escuela le dijeron a su mamá que tenía problemas de conducta. En esa ocasión le preguntaron por qué estaba enojada, le prescribieron un medicamento y no volvió a las sesiones.
Detrás de su rebelión contra las autoridades escolares, que en una ocasión la arrastraron para que entrara a un salón, hay un cúmulo de violencias y violaciones a sus derechos humanos. Su familia se mudó a Monterrey porque en Michoacán los amenazaron de muerte, su padre fue víctima de desaparición forzada; vive en casa de su abuela materna, junto con la familia de su tía, bajo la amenaza de que los pueden echar, y vivió un episodio de violencia armada en agosto de 2019 mientras estaba en la calle.
"Los problemas de conducta y otras categorías ‘individualizantes' se utilizan de manera frecuente para encuadrar la experiencia de niños y niñas que, al igual que Marcela, se enfrentan a la violencia estructural y a la crisis de derechos humanos por la que atraviesa al país", señaló Gabriela Sánchez, antropóloga de la salud psicosocial, durante la mesa de discusión "Infancias, juventudes y violencias", organizada por el Departamento de Psicología, Educación y Salud (DPES) del ITESO, llevada a cabo el 7 de julio pasado.
Para la académica del ITESO "estas categorías normalizan las violencias al invisibilizar los contextos sociales que dominados por el conflicto, el despojo y la impunidad han generado las crisis de las que niños y niñas son víctimas o testigos".
Esto es parte de una investigación que Sánchez hizo con menores de una zona que ha registrado altos índices de homicidios en Monterrey.
"Las niñas y niños que compartieron sus experiencias han sido testigos de sucesos trágicos que afectan a sus familias, enfrentan aflicciones y traumas severos que no pueden categorizarse en un tipo único o desarticulado de violencia como maltrato o negligencia", además de que no tienen con quién acudir fuera del núcleo familiar para ser escuchados.
Danielle Strickland, autora del libro Jóvenes, violencia y miedo. La inseguridad en el Cerro del Cuatro, señaló que los obstáculos para prevenir la violencia y fomentar la cultura de paz en estos contextos empiezan "con el poder del crimen organizado que viene de un estado fallido, problemas de corrupción que vemos con la policía y que pasan en todos los niveles de gobierno".
Claudia Arufe, especialista en estudios sociales de la infancia, señaló que hace falta una política pública en la que niños y adolescentes puedan ejercer todos sus derechos en un ambiente de paz.
Arufe agregó que la percepción de violencia es diferente entre los niños de distintos niveles socioeconómicos. En un estrato alto de la población los niños la relacionan con secuestros y delincuencia, mientras que los menores de otros estratos hablan de los "mariguanos", a quienes les temen aunque no hayan tenido una experiencia directa con ellos.
Sánchez señaló que para promover una cultura de paz "hace falta dar un paso atrás, pues deben reconocerse las raíces estructurales que causan el conflicto y la violencia e incluir cuestiones de justicia social y derechos humanos. El primer reto es visibilizar la experiencia de adversidad, de fricción y de sufrimiento social de niñas y niños".
Strickland planteó la idea de la eficacia colectiva, en la que la cohesión social entre vecinos y su disposición para intervenir en los problemas de su colonia da esperanza a los habitantes. La también académica del ITESO ejemplificó con el centro comunitario Casa Hermano Javier, ubicado en el Cerro del Cuatro, que es un espacio en el que se llevan a cabo actividades que atraen a los jóvenes como una alternativa a la violencia.
Arufe instó a acercarse a los temas de construcción de paz, puesto que ya existen aportaciones metodológicas sobre el tema, y cuestionó: "¿Por qué pretendemos construir paz de manera intuitiva?".
"¿Cómo aprendemos a hacer las cosas? Practicando, y ¿qué tanto practicamos esa resolución pacífica de conflictos y qué tanto propiciamos que nuestros niños, niñas y juventudes aprendan a resolver estos conflictos? Es una invitación a mirar, en lo personal y en lo profesional, cómo estamos aprendiendo a resolver conflictos", concluyó la académica.