"Encontrar esperanza en la realidad"
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"Encontrar esperanza en la realidad"
David Ortiz se sintió atraído por la vida sacerdotal desde pequeño, pero la vida le tenía preparadas varias escalas en su trayecto para ser ordenado sacerdote de la Compañía de Jesús.
Por Édgar Velasco
Para David Ortiz, un sacerdote es como el director de una orquesta. Aunque el sacerdote suele estar al frente, la música de la fe y la esperanza corre por cuenta de muchas otras personas: Wilson y María en unas favelas de Brasil; los tzeltales en la misión de Bachajón; los pescadores en la parroquia que atendía su tío; los trabajadores que escuchaba mientras trabajaba en un departamento de Recursos Humanos. Luego de convivir conocer de primera mano la fe de todas estas personas, ahora David está listo para dar un sí que describe como "un paso más en este servicio, que fruto de un sí que he venido dando cada día". David está listo para recibir la ordenación sacerdotal el próximo 31 de julio en un contexto peculiar debido a la contingencia sanitaria provocada por la pandemia de covid-19. "El sacerdocio es un servicio enraizado en la realidad, y tener una ordenación a puerta cerrada es algo congruente con esta realidad que vivimos, apremiante y que pide respuestas. Yo quiero ofrecer mi sacerdocio al servicio de esta realidad".
David Israel Ortiz (1980) nació en Guadalajara, en el seno de una familia que vivía fervientemente su fe. Tanto, que de parte de su familia paterna había un tío sacerdote y una tía religiosa. De su tío, cuenta que en vacaciones iban a visitarlo a su parroquia, adonde acudían pescadores. Volviendo la mirada atrás, señala que "me atrajo mucho ver el ministerio de mi tío, verlo feliz trabajando con esas personas me abrió el horizonte". Por su parte, el hermano de su padre también hizo lo tuyo: insistió en invitar a David y a su primo al seminario. El primo se fue, él no. "No me dejó mi papá", recuerda el jesuita.
Cuando David compartió su deseo de seguir los pasos de su tío, su padre —"un hombre sabio", como lo define David— lo llevó al psicólogo. Luego le pidió una cosa: "Me dijo que estudiara una carrera y prometió que, si después seguía con la inquietud, no me diría nada". Y él puso manos a la obra: estudió Contabilidad en la Universidad Panamericana (UP) e incluso cursó una especialidad. Entró a trabajar a Emerson. Comenzó, como se dice, a construir una vida. Vivía bien, tenía amigos, estaba acompañado por una familia amorosa. Pero no era feliz. "No estaba contento. Veía cosas que iban con mis valores. Busqué orientación espiritual en el Opus Dei [orden religiosa con la que estaba familiarizado por la UP] y no encontré consuelo en mi corazón". Y entonces comenzaron a acomodarse las fichas: una compañera suya le recomendó hablar con el jesuita Luis Manrique, SJ, quien a su vez lo contactó con Carlos Morfín, SJ. "Cuando hablé con él me preguntó si alguna vez había tenido inquietud por la vocación religiosa, me dijo que veía aptitudes y me mandó con Jorge Atilano".
"Para transmitir esperanza primero hay que encontrarla en la realidad. Yo he encontrado esperanza cuando me he acercado a la gente que sufre pero que vive con fe".
Y entonces comenzó a recorrer las estaciones. Se fue a Chiapas, a la misión de Bachajón, donde conoció y vio trabajar a Ignacio Morales, SJ. "Vi su entrega para con las comunidades indígenas, su sincretismo, y me vi proyectado en él. Quería vivir como él, con esa entrega llevada al límite en condiciones de pobreza y exclusión", relata David y explica que hasta entonces había vivido con la sensación de que podía dar más, aprovechar sus habilidades y que en su vida como contador "no sentía que mi corazón ardiera, no sentía ilusión en eso; lo sentía con mi tío, al ver la devoción popular. En Emerson, como estaba en Recursos Humanos, escuchaba a los empleados, sus historias de fe, eso me ilusionaba y lo que terminó de confirmarme fue la fe que vi en Bachajón".
La siguiente parada en el viaje de David Ortiz fue en las favelas de Brasil, en la Arquidiócesis de Belo Horizonte. Ahí vivió de primera mano las condiciones en las que viven sus habitantes: vio la pobreza, la exclusión, el racismo, la corrupción. "Pero también vi mucha fe, mucha alegría. Para mí esta gente representaba fe y esperanza", dice David y agrega que, para transmitir esperanza, "primero hay que encontrarla en la realidad. Yo he encontrado esperanza cuando me he acercado a la gente que sufre pero que vive con fe y con esperanza".
Una vez que reciba la ordenación sacerdotal, David Ortiz estará trabajando en la promoción vocacional para la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús. Sobre este servicio, señala que la Compañía siempre apuesta por "encontrar jóvenes que quieran dedicar su vida al servicio, como Ignacio de Loyola. Es un proceso largo en el que el joven se va identificando con esta espiritualidad. Gracias a Dios siempre hay jóvenes inquietos y eso me alegra".
De su paso por el ITESO, donde primero había cursado un diplomado en Desarrollo Humano y donde luego estudió Filosofía ya como integrante de la Compañía, recuerda que "tuve profesores impresionantes que me mostraron que el lado humano de la formación académica. El ITESO es un microecosistema, es un lugar donde la principal preocupación es formar integralmente a la persona".
Cuando David le dijo a su padre que quería irse al seminario, su padre lo mandó al psicólogo. Años después, durante una visita a Bachajón, su punto de vista había cambiado. "Me dijo: ‘Te veo tan feliz, que estoy seguro que este el camino. A donde quieras seguir, aquí estaremos'".