La búsqueda del Jesús cotidiano
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La búsqueda del Jesús cotidiano
Tras 13 años de formación, Rodrigo García Farías llega a la ordenación como sacerdote jesuita, mientras asume su labor en la escuela primaria de la Ciudad de los Niños.
Óliver Zazueta
Durante su noviciado, Rodrigo García Farías fue enviado a realizar peregrinaciones y labor con obreras y obreros al interior de una fábrica de celulares en Mexicali, Baja California. Ahí, en una ocasión, entabló amistad con una chica con capacidades diferentes, pero con una actitud siempre echada para adelante. Se llamaba Susej, es decir, Jesús, pero al revés.
“Yo andaba en esta onda de la búsqueda, de hallar a Dios en todas las cosas. Entonces, encontrarme con esta persona, en esta circunstancia de dificultad, y ver que ella le ponía ganas a la vida, en su trabajo en la fábrica, fue como encontrarme con Jesús, con ese Cristo de la fe, con un Cristo que no era fuerte ni todopoderoso, sino que estaba inscrito en una persona con necesidades especiales”, recuerda García Farías, quien a los 47 años se está ordenado como sacerdote, luego de un largo camino de preparación que comenzó a los 34, hace ya 13 años.
Originario de Ciudad de México, su primer acercamiento al modo ignaciano de ver la vida fue a través del libro Ligero de equipaje, del sacerdote y psicoanalista Anthony de Mello. Posteriormente, estudió en la Universidad Marista, donde conoció a un diocesano que hacía los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola: “Él platicaba mucho sobre los ejercicios, las reglas de discernimiento, el Principio y Fundamento. Me llamó mucho la atención, y cuando tenía más o menos unos 25 años hice mis primeros ejercicios en la Casa San Javier”.
Continuó en la Universidad Marista, pero como estudiante de Contaduría Pública, dado que su padre es contador y a él le llamaba la atención el mundo de los negocios. Se dio cuenta que le gustaba, pero no del todo, y optó por irse a estudiar psicología en la UNAM. Pero el runrún de los ejercicios seguía ahí: “Esa experiencia fue un parteaguas para mí, me dejó una marca que duró varios años, hasta que me pregunté un poco sobre la inquietud de ser jesuita. Así que después de terminar Psicología, toqué las puertas a la Compañía de Jesús”.
En el prenoviciado se fue a Nogales, Sonora, para ser parte de una iniciativa en la frontera con Estados Unidos. Ahí estuvo un año viviendo en Arizona, yendo y viniendo todos los días a México para ayudar en un comedor para migrantes.
“Eso me significó conocer más la realidad nacional, saber cómo vive nuestra gente, de diferentes partes del país; me di cuenta de la fragilidad humana y del deseo de buscar una vida mejor, que impulsa a hombres y mujeres a irse a otro país. Hay experiencias, por un lado, muy humanas y edificantes, y otras que son difíciles de procesar, en el sentido del dolor humano y las problemáticas de nuestro país. Pero también en la búsqueda de la vocación [me sirvió] ver en qué podía ayudar en este contexto, en esa búsqueda existencial y religiosa”, dice.
García Farías reconoce que su proceso de toma de conciencia fue lento; poco a poco fue vislumbrando cómo ver el mayor bien. Como sucede con cualquier opción de vida, le costó y aún le cuesta trabajo; no obstante, sabe que esto le ayuda profundizar en el sentido de la existencia: “Es la búsqueda del Cristo que vive hoy, que puede desarrollarse en un contexto normal y cotidiano, pero con los ojos puestos siempre en el cielo, en el Reino de Dios”.
El noviciado lo hizo durante dos años en Ciudad Guzmán, pero también vivió un par de experiencias de servicio, una en Guadalajara, en el Hospital Civil, y la otra, la ya mencionada en Mexicali: ambas le ayudaron a discernir un poco más su vocación. Luego vino la formación filosófica en el ITESO, que, dice: “me ayudó a tener un contexto más humanista, a buscar el origen de las cosas, de la incógnita del ser humano y cómo se inscribe esta incógnita a través del tiempo y se van contestando las diferentes preguntas. De alguna forma te da estructura para poder pensar”.
En un momento posterior cursó dos años en el magisterio, en el Instituto Superior Intercultural Ayuuk, en Jaltepec, Oaxaca, y luego se fue a Chile, a la Pontificia Universidad Católica, donde estudió Teología: “Me ayudó a que el paradigma cristiano se pudiera inscribir de una mejor forma, a entender cómo el cristianismo se conecta con en este mundo y cómo dialoga con las diferentes culturas”.
La ordenación le llega en un momento de madurez, pero además con una gran responsabilidad, pues actualmente tiene a su cargo la dirección de la escuela primaria de la Ciudad de los Niños, donde también puede aplicar sus conocimientos de psicología, así como implementar el paradigma educativo ignaciano, que considera que embona muy bien con el modelo vigente de la Nueva Escuela Mexicana.
“Hay oportunidades muy interesantes, sobre todo en el asunto de lo que decía Pierre Teilhard de Chardin, de que Cristo está presente en las realidades de cualquier lugar y de cualquier cultura. No es que lleguemos a inventar el hilo negro, sino que más bien vemos aquello que ya está funcionando, y como el hijo de Dios se manifiesta en todas las culturas, desde ahí hay que empezar. El asunto es cómo la valoración del contexto cultural de los niños también es un punto de partida que tiene mucho valor. A partir de ahí, se va haciendo la base para encontrar otros conocimientos”, señala.
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Educación jesuita