Juan Pablo Villalobos: leer y escribir para dialogar con el mundo
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Juan Pablo Villalobos: leer y escribir para dialogar con el mundo
La Cátedra Magis de Literatura tuvo como invitado en su charla de apertura al escritor jalisciense radicado en Barcelona, quien llegó con el cierre de su trilogía de autoficción bajo el brazo, “El pasado anda atrás de nosotros”.
Óliver Zazueta
Hacer autoficción, dice Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973), te mete en situaciones muy raras. Por ejemplo, estar en el cumpleaños del abuelo cenando pozole y tener que darle clases a la tía Concha para explicarle cómo funciona este ejercicio literario que aparentaría ser un tanto narcisista y en el cual muchos de los personajes protagonistas pueden ser sus padres, tíos, hermanos y amigos más cercanos, y que, pese a esto, no deben tomarse en serio lo que está pasando.
Los vericuetos de la autoficción –uno de los géneros por los que es conocido–, el uso del humor, lo que representa leer y escribir, y hasta su opinión de cómo envejecen los clásicos del Siglo XX, fueron algunos de los temas que se abordaron durante la apertura de la Cátedra Magis de Literatura que tuvo como invitado de honor al novelista autor de Fiesta en la madriguera (Anagrama, 2010), quien impartió la charla "Volver a irse e irse para volver", que se llevó a cabo en el ágora de la Biblioteca Dr. Jorge Villalobos Padilla, SJ, del ITESO.
Esta cátedra, que tuvo como moderador al escritor y editor de la revista Magis, José Israel Carranza, forma parte del Programa de Creación Literaria ITESO y busca ser un espacio de reflexión sobre cómo la literatura se encarga de la realidad a partir de la mirada de ciertos autores.
“Lo que me interesa, en general de la literatura y del mundo, es lo que sucede en relación con los demás y en relación con el contexto social, político, económico o académico. Es decir, ese personaje no está aislado, está en interacción con el mundo, así entiendo la escritura en general, no como un ejercicio que te separa del mundo, sino que te pone en conflicto con él”, explicó el creador de Te vendo un perro (Anagrama, 2014).
Villalobos, para quien la autoficción es aquel texto en el cual el nombre del autor es el mismo que el del narrador y el del personaje principal (aun cuando el relato sea inventado), consideró que hay ciertas ideas asociadas a la escritura que le parecen caducas o arcaicas, en especial, aquella que considera al escritor un ser aislado de la realidad, a la que tiene que renunciar para poder escribir, para retratarla desde un lugar privado, íntimo y privilegiado donde puede ver lo que otros no ven. Esto, considera, cada vez se está desmintiendo más, tanto desde la lectura como desde la escritura.
“Como lector, necesito de un espacio, de paz y silencio, pero si lo hago para ir acumulando prestigio, de decir ‘ya me leí a todo James Joyce, Virginia Woolf o los grandes clásicos’ para darme importancia, para distinguirme, separarme del mundo y mirar a todos para abajo, para ser arrogante o prepotente, es un ejercicio autoritario, y esa es una idea vieja. Uno lee para salir al mundo con otros ojos y dialogar con él, y la escritura es lo mismo, quiero estar con el mundo interactuando; salgo a la calle, escucho y eso me da más material para escribir”, añadió.
El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024) es su más reciente novela y es el cierre de una trilogía autoficcionada –que incluye a No voy a pedirle a nadie que me crea (2016) y Peluquería y letras (2022)–, que cuenta el retorno de un hombre a su pueblo en México (el propio Juan Pablo Villalobos, quien creció en Lagos de Moreno), luego de una larga temporada viviendo en el extranjero. Vuelve a casa de sus padres para ayudar a su familia a hacerse cargo de ellos, sin embargo, todo terminará dando un vuelco al reunirse una noche con un amigo de la infancia.
“Creo que esos tres libros son una trilogía involuntaria”, explicó, “porque es el libro de irse, el de quedarse y el libro de volver (…). Lagos de Moreno me da mucha rabia, está pasando una situación terrible desde hace años, hay unos niveles de inseguridad y dominio del crimen organizado muy preocupantes. Tenía ganas de escribir sobre mi pueblo, ya lo había hecho en Si viviéramos en un lugar normal (2012), pero escribir desde otro lugar, desde quien regresa 35 años después y se encuentra ese escenario de novela criminal, a un lugar donde en cualquier momento sientes que te va a pasar algo, donde la gente vive con miedo o al menos con reserva, sospecha y paranoia, esa es la atmósfera que tiene esta novela”, dijo el escritor radicado en Barcelona.
Identificado como un novelista que suele hacer un uso efectivo del humor negro, Villalobos explicó que su relación con la comedia ha cambiado notoriamente en los últimos años, especialmente a partir de que se involucró con su primer “libro serio”, Yo tuve un sueño (2018), en el cual hizo un retrato de los dramas de varios niños migrantes: “algunas cosas que funcionan en el humor como la humillación, la burla o esas posiciones jerárquicas en las que uno se ríe de otro y lo violenta, después de ese libro me costaba volver a ese tipo de humor negro, porque ya era otra persona”.
Ibargüengoitia, una relectura crítica
Considerado el escritor mexicano de mirada irónica por antonomasia durante el siglo pasado, Jorge Ibargüengoitia es uno de los autores con los que siempre se ha relacionado a Villalobos respecto a voz literaria, sin embargo, pese a que sigue siendo uno de sus autores de referencia, hoy ya ha tomado una distancia crítica.
“Lo sigo leyendo y me percato de que probablemente esté envejeciendo mal, como mucha literatura, y esto tiene que ver con nuestra manera de interpretar el mundo. Mucha de la literatura del Siglo XX es misógina, machista, homofóbica, clasista o directamente racista. A Ibargüengoitia le está pasando con la misoginia, creo que es un narrador muy macho. No hay que dejar de leerlo, más bien hay que hacerlo de una manera diferente, críticamente, como un fenómeno de su época”, expresó.
Lo que a Villalobos le parece fundamental en esta relectura, es preocuparse porque hace 30 años, cuando comenzó a leerlo, no se percataba de ello, centralmente, porque al igual que buena parte de la sociedad, era un lector misógino que vivía en un mundo igual, donde todas las señales, signos y metáforas eran misóginos: “ahora que afortunadamente evolucionamos uno puede darse cuenta de esas cosas, lo cual no quiere decir que va a dejarme de gustar Ibargüengoitia, pero tampoco quiere decir que voy a decir que no hay un problema qué pensar”.
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