Podemos dar más vida desde nuestra mayor fragilidad
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"Podemos dar más vida desde nuestra mayor fragilidad"
José Vázquez, SJ
El recuerdo de un niño jugando feliz con un palo y unas simples corcholatas en su natal Zamora, resurgió con fuerza años después en José Vázquez Álvarez, SJ, llevándolo a decidir que su vida estaría dedicada a "estar allá afuera, con la gente". El 18 de julio se ordenará en el ITESO
Por Enrique González
José tendría unos 17 años.
"Un amigo de mi papá me empezó a hablar de los jesuitas, como diciendo: ‘Si vas a ser religioso, que sea con los jesuitas'. Él tenía un libro de San Ignacio de Loyola, me lo pasó, lo empecé a leer y como era castellano antiguo lo dejé a las veinte páginas. ¡Suficiente, no entiendo nada!", se ríe.
José Vázquez Álvarez, SJ (Zamora, 28 de junio de 1984) fue monaguillo e hizo feliz a su madre, pero estaba muy lejos siquiera de imaginar que el sacerdocio sería su vocación. Lo que sí hizo durante su estancia en aquella parroquia cercana a su hogar, fue empezar a convivir más con el vicario, en lugar de con el párroco.
Lo acompañaba a la calle, lo veía convivir con la comunidad y, un buen día, se topó con la imagen de un niño que apenas con un palo y unas corcholatas jugaba feliz. "Yo tenía mis juguetes y lo veía feliz; veía feliz a la gente en condiciones muy precarias, sin agua, drenaje. Me llamaron la atención esos contrastes y la forma en que este vicario [ya fallecido] parecía decir: ‘Aquí es donde deberíamos estar, con la gente'".
José acude a la entrevista junto a su amigo y colega jesuita Homero Apodaca. Viene de Manzanillo, de descansar la mente y el cuerpo después de haber despedido a su padre, fallecido a mediados de mayo, y de concluir sus estudios de Teología en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México.
Después de aquel episodio con el feliz niño, pasaron los años y continuó sus estudios con las religiosas del Colegio José Sixto Verduzco, el lugar donde tuvo su primer contacto con los jesuitas —recuerda muy bien a Daniel Stevens— que, invitados por las monjas, llegaban a hablar de la Compañía, de sus proyectos, del carisma ignaciano. José terminó apuntándose a unas misiones.
La rueda había empezado a girar.
En la prepa llegó la crisis. "¿Qué voy a hacer con mi vida?" Aquello que vio de niño quedó sembrado en su interior. Platicó con su papá y le expuso sus inquietudes. Se entrevistó con los jesuitas. Se topó con el estupor de los amigos: "No se la creían, porque recordaban el desmadre de la prepa. ‘¡No, tú no, tú no puedes, no! ¿De dónde surgió esto?' Creo que hay procesos que se viven internamente y que tal vez no son comprensibles para otros".
¿Cómo se imaginaba Pepe cuando el asunto "ser sacerdote jesuita" empezaba a tomar forma?
"Si voy a ser sacerdote, me imagino allá afuera, con la gente", dijo entonces. "Y caí en el lugar correcto [risas]". Tiempo de Noviciado, de experiencias, de misiones, de ejercicios espirituales, de silencio, de meditación, de una Sierra Tarahumara que lo desbordó, de visitar rancherías en el sur de Jalisco, de sentarse a escuchar a la gente. Simplemente escuchar, en paz.
La familia, sus padres y sus tres hermanos lo apoyaron incondicionalmente. Su madre, después de pasar por una fase de lágrimas, también.
Y justamente allá afuera, junto a su amigo Homero Apodaca, con quien se ordenará sacerdote el 18 de julio en el ITESO, se fue topando con gente, con mucha gente, como María o Albino, habitantes de San Antonio, en el sur de Jalisco —adonde volverán el 1 de agosto para oficiar misa—, comunidad a la que llegaban empolvados después de caminar un par de horas desde la carretera.
"Albino nos gritaba: ‘¡Ey, muchachos! ¿Ya llegaron muchachos?'", recuerda Pepe. Abundio los quería simplemente porque iban a conversar a su casa, al grado de que aquel hombre de campo rudo, serio, acudió a los votos de Homero y Pepe en Ciudad Guzmán, les dijo unas palabras, los hizo llorar y también se soltó a llorar.
"Ese día fue capaz de mostrar su fragilidad… No sé quién le hizo el bien a quién", afirma Pepe. "Lo mejor que pudimos hacer fue sentarnos, simplemente sentarnos en esas casas. No teníamos que predicar ni hacer nada, solo sentarnos, escuchar, gastar el tiempo, compartir, reír, llorar… Esto es vida, pensé".
Bogotá, la Tarahumara, Guadalajara, Torreón… El escenario cambia, la esencia permanece
Un año en la Tarahumara le cambió la perspectiva.
"Compartía día con día la alegría de los jóvenes, porque yo daba clases en una secundaria y veía los deseos que ellos tenían de salir adelante desde la adversidad, en un lugar donde no había ni luz, ni teléfono, ni nada", narra Pepe.
"Era tanta su alegría de tener clases de computación, gracias una planta de diésel que hacía un ruido ensordecedor por todo el pueblo, que los niños estaban puntuales. Vi que había un deseo, una búsqueda de estos niños; a algunos los contacto ahora por Facebook y ya son licenciados o ingenieros o padres de familia".
El carácter internacional que distingue el trabajo de la Compañía de Jesús, orden presente en más de 120 países, alienta y apoya la presencia de sus integrantes en infinidad de latitudes, a los que llegan con la consigna innegociable de trabajar y pensar, de estudiar y salir a la realidad, a la cotidianidad, a las necesidades de los habitantes. Así fue para él en Bogotá.
En la capital colombiana combinó sus tres años de Teología en la Pontificia Universidad Javeriana con su trabajo apostólico con los habitantes de los cerros que rodean la planicie bogotana, a los que llegaba a pie cada miércoles, 40 minutos de caminata para convivir con personas como Amelita, la anciana que "estrenó" a Pepe.
"Cuando terminaba mi periodo se me acercó, me besó la mano y yo le besé la mano: ‘Pepe, antes de que te vayas, dame tu bendición'. Nadie me había pedido antes la bendición; ahí ya cambió algo", recuerda emocionado.
En la Javeriana era el encargado de acompañar los ejercicios espirituales, y viene a su memoria un joven muy lúcido que estaba en la búsqueda de Dios, con un amplio y profundo sentido de la introspección, de su interior, y quien plasmaba en dibujos su creatividad y las mociones que ponían en marcha su proceso. "Ver, ser testigo de los pasos de Dios en la vida de los demás, es algo que no se puede comparar".
De regreso a México
Algo similar le volvería a ocurrir en Torreón y en Guadalajara. "La gente me ha transformado. Si mi vocación tiene sentido es por eso, por la gente, no por algo mágico, tiene un sentido tan humano que ya no depende de mí".
Primero, Torreón: "Para mí es un oasis, por la gente". Una vez ordenado, este será su primer destino; específicamente, la Parroquia de San Judas Tadeo, desde donde colaborará con comunidades eclesiales de base e intentará hacer redes y conjuntar esfuerzos entre distintas instituciones para fortalecer la presencia de los jesuitas en La Laguna.
Conoce muy bien la ciudad y recuerda con una mirada llena de cariño lo que le regalaron los bachilleres del colegio jesuita Carlos Pereyra, a quienes impartió clases de filosofía y formación ignaciana durante dos años, además de coordinar los retiros y misiones y ser su acompañante espiritual.
"Me gustó mucho romperles esquemas a los chicos, provocarlos, hacerlos pensar…, pero también ellos me hacían pensar. Su espontaneidad y su vitalidad me enseñaron mucho".
Lo eligieron como padrino de generación y en el acto académico llegó el regalo: alumnos y padres de familia se levantaron para aplaudirle y corear su nombre. "Y fue simplemente por escuchar a los muchachos".
"Deseamos bastante, pero las cosas que en verdad queremos son pocas"
En la colonia Los Cajetes, atrás del ITESO, Pepe entabló una amistad con jóvenes de la Parroquia del Espíritu Santo. ¿Cómo? A través de la música de banda. Los alentaba, practicaban en la parroquia y luego los llevaba a tocar al Cerro del Cuatro o a Toluquilla. Poco a poco, la música fue abriendo las puertas para que, bajo la guía del jesuita, ellos se acercaran a temáticas más espirituales.
El camino del sacerdocio implica renuncias, celibato, votos de pobreza y obediencia. ¿Cómo vive todo esto?
"Los humanos somos seres de deseos; deseamos bastante y a cada rato, pero cosas que en verdad queramos son pocas, porque el querer ya implica poner toda tu persona, el cuerpo, la mente, el corazón", explica.
"El celibato se inserta en ese horizonte. ¿Qué quiero, desear o querer? Querer implica libertad, es decir, no es que sean renuncias, sino que el querer nos va llevando a tomar ciertas decisiones en la vida. Hay obediencia y hay castidad, pero están cimentadas desde un querer estar y compartir la vida con la gente, hacer el bien".
Pepe reconoce que a veces aparecen dudas, fragilidad, soledad, llanto. Sin embargo, "la experiencia que he vivido es la que sale a flote, como diciendo: ‘Esto es lo que tiene, en este momento de mi vida, mayor peso'. Los encuentros con los demás me desarman y ahí yo coincido con Homero [Apodaca]: creo que desde donde podemos dar más vida es desde nuestra mayor fragilidad".
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